domingo, diciembre 21, 2008

Si no hay amor, que no haya nada

La veo entrar sola a esta casa.
Es raro, pienso, algo pasó. Su andar es diferente. Su forma de acariciarme también. Incluso está demasiado cariñosa. Pero algo me dice que no puedo estar tan contento. Algo hay en el aire.
El olor de mi dueña ha cambiado. Es un olor... distinto. Y ahí me doy cuenta: algo ha pasado con el Despeinado.
El Despeinado se ha ido de su vida. Nadie me lo tuvo que explicar. No se puede oler lo que ya no está.
Soy un perro pequinés al que le falta un ojo y entiendo poco. Pero hay algunas cosas de la vida que sí entiendo.
Y si no hay amor, que no haya nada.

No es que lo vaya a extrañar, eh. Con el Despeinado teníamos una relación cordial pero sé que nunca le gustó mi orgullo de perro pequinés. Prefería la incondicionalidad absoluta de los Golden (sin despreciar a los Golden, por favor, si hay alguno que lee esto, que no se sienta mal, cada cual es como es). Me despreciaba por ser muy pequeño, casi un gato y por ser demodéxico y oloroso. Le caía mal mi andar altanero, mis gruñidos filosóficos y mi persistencia cuando quería cazar pajaritos. Debo decir que yo también lo despreciaba un poco. Al final, también estaba fallado. Tanto tener dos ojos para ser tan ciego en algunas cosas.