martes, mayo 31, 2005

Odisea del nombre II

La primera vez que los vi ya estaban juntos. Fue él quién me llevó envuelto en una remera rota a esa sala blanca inmaculada. Yo manchaba todo, me pusieran donde me pusieran. Dejaba una mancha oleosa en el piso. Y sangre. No era muy agradable que digamos. Ella me miraba con sus ojos enormes y me acariciaba la cabecita (que era lo único que me podían tocar sin asco).
¿Quién iba saber lo que me esperaba allí?
Yo pensaba, estos están locos, ¡me están sacando a pasear!¡ No les basta con que sea un freak en el porche de su casa, ahora quieren que me vea todo el barrio! Pero no, el objetivo era esa misma salita blanca y ¡chan! una aguja enorme y poco amigable ¡ouch! se clava en mi pobre carnecita.
Lo último que recuerdo fue la voz de ella diciéndome que yo era kreitton, es decir, el más valiente de todos. Está loca, me dije. Y me juré, antes de caer dormido por la anestecia, que si salía de ésa, jamás dejaría que me llamaran por ese nombre ridículo.

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